sábado, 23 de febrero de 2013

PATAKI DE SHANGO Y OGGUN


PATAKI DE SHANGO Y OGGUN

El tiempo pasaba, pero Changgó no se olvidaba de lo que Ogun un día se vistió de guerrero y montado en un caballo se fue a las posesiones de Ogun; este estaba trabajando y era marido de Oya.
Changgó sabía todo eso y pasó por casa de Oya: esta al verlo se quedó enamorada de él.
Changgó correspondió a las palabras amorosas de Oya y se la llevó (el interes de Changgó era vengarse de la felenía de Oggun), y como Oggún bebía mucho y era muy revolucionario no le fue dificil a Chango hacer que Oya se fuera con él,.Changó se la llevó a casa de Dadá ( esta tenía a Chango como si fuera su hijo, y Chango a ella como si fuera su madre), después de Obatalá ella era la única a quien el obedecía.
Al saber Oggun que Chango se había llevado a Oya, le hizo la guerra, perdiendo la guerra Chango.
De este resultado Oya no quedó conforme.
Así pasaron los dias. Nunca Dadá había andado en las cosas de Chango.
Pero un día Oya, (que había visto que Chango, todos los días antes de irse por la mañana al levantarse iba a donde estaba el guirito introduciendo un dedo dentro y se hacía una cruz en la lengua al salir, para llamar a Dadá le salía candela por la boca; ella hizo lo mismo que Chango, pero cuando salió para llamar a Dadá le salió candela por la boca asustándose ella y salió corriendo, y se enterró en una palma, Dadá llamó a Oya y no la encontró.
Al ver el guirito de Chango, notó que éste estaba diferente entonces movida por la curiosidad se acerca al guirito metiendo un dedo, hace lo mismo que Oya y cuando fue a llamar, también le salió la llama de candela por la boca, entonces corre y se entierra junto a Oya.
Cuando Chango regresa a su casa y llama a Oya y Dadá y estas no aparecen se dirije al guirito y ve que no estaba como él lo había dejado; entonces va a la palma donde el se metia y allí encuentra a las dos regañándolas.
Oya no le hace caso y le dice: tu lo que tienes es que hacer declararle la guerra a Oggun, pero hacerle una guerra diferente a la anterior.
Oggun se había preparado mejor para esta guerra y ya Chango la tenía perdida: cuando Oya salió tambien a tomar parte en ella. Entonces Chango por una parte con los truenos, los rayos y los relámpagos y Oya con las centellas, le ganaron la guerra a Oggun, obligándolo a irse para dentro del monte, donde Chango un dia lo encontró vestido de colorado y se asustó.
Le quitó la ropa y se la puso él y vistió a Oggun de maribuo (guana.).
Por esta razón hasta hoy en día se puede decir. Que donde quiera que haya un caballo de Oggun y uno de Chango es seguro que en ese cabildo habrá una tragedia entre esos dos Santos.



PATAKI OBATALA ORULA Y SHANGO


PATAKI OBATALA ORULA Y SHANGO

Nace Orula y Obatalá lo coge, y sin decir nada se lo lleva lejos de allí pero Elegguá lo sigue. Obatalá llega a un lugar donde había una mata de Ceiba abre un hoyo y entierra a Orula hasta la cintura, con los brazos por debajo de la Tierra , Elegguá ve todo esto y se lo cuenta a Llembe. Esta llorando, lo manda todos los días con comida para Orula. Pero desde el momento que Obatalá enterró a Orula , todo se le olvida. Al poco tiempo, nace Changó. Era un niño muy bonito y hermoso, Obatalá lo coje en sus manos y se compadece de él y no quiere hacerle daño.Entonces piensa que Dadá su hija mayor podía cuidárselo ya que vivía separado de el y así no viendo a Changó él no podía hacerle daño, porque el se había quedado encantado con Changó.
Pasando cuatro años un día Dadá quiso que Changó viera a su papá y su mamá y lo vistió con un traje muy limpio se puso muy contento, pero Llembo estaba muy triste porque se acordaba de Orula. Changó estaba vestido de colorado. Obatalá se lo sentó en las piernas y Changó le preguntó porque su mamá lloraba. Yo te lo diré con calma hijo mío. Diciéndole a Dadá yo quiero que todos los días me lo traigas. Y Dadá así lo hizo. De ahí nace el canto de Changó que dice: ACHEI GUOGUO CHANGO MOQUE GUAGUO ORUFIÑA BEGUAGUO (SIGNIFICA: siendo chiquito Changó, Obatalá le contaba su vida).
Puès bien, Dadà traia todos los dias a chango donde estaba Obatalà y este sentandole en las piernas le contaba dia por dia lo que Oggun le habia hecho, Asi fue creciendo changò con odio y rencor hacia Oggùn . Ya hecho un hombre changò tenia muy mal genio y siempre estaba peleando,pero no tenia armas y se fue a casa de su padrino Osain y este le dio un guirito y le dijo: cuèlgalo en un rincòn de la casa y todos los dias por la mañana, antes de salir, te haces una cruz en la legua. Chango hizo lo que le mandaron (y es por eso que cuando ud. Saluda a cahango y el le contesta, por su boca le salen llamas de candela. Es por lo que todos decimos , cuando truena ( ELOECO OSI OSAIN) porque la llama es el relámpago y el trueno es la voz de Changó, que cuando grita todo tiembla, eso es “ GUOTITO NI SORO ILLA” , así como grita es de grande.
Pasado un gran tiempo, la situación se puso muy mala, y como Obatalá estaba muy desmemoriado, no acertaba con nada aliviar la situación de todos, pero Lembo no le decía nada. Changó viendo el apuro de Obatalá y queriendo salvar a Orula (su hermano) de aquella prisión involuntaria estando Obatalá, Elegguá, Llembo y Changgó en la casa. Obatalá hablaba y comentaba la situación. 
Elegguá y Changgó se querìan mucho y se comprendían de lo mejor. Elegguá le hizo una seña a Changgó para que tratara el asunto con Obatalá ( porque ya ellos habían hablado de eso .) ya Orula lo sabía también. Entonces Changgó aprovechó la ocasiòn y le dijo : papá yo siempre te he hecho caso y te he dado buena pauta. 
Cada vez que te he dicho algo tu has salido a delante. Obatalá le dijo: hijo eso es verdad. Changgó le dijo: antes de nacer yo tu habías jurado no tener hijo varones y nació Orula y tu lo enterrastes. Obatalá le dijo: que tiene que ver eso y Changgó le dijo: espera. Después nací yo y aquí me tienes ante tu presencia y tu saber, que Olofi te oye todo , como todos los varones tuyo son iguales ante él no tienen nada de particular que Orula sea hijo de nuestra madre también ( porque Obatalá le había dicho, que su mamá es (ODEMASA), que quieres decir: la madre de la candela, así que Changgó nunca mencionaba a Llembo, Obatalá le respondió, que Orula ya estaba en manos de Olofin.

Pero Elegguá le respondió: papá, puede ser que no. Entonces Obatalá salió para donde había enterrado a Orula, pero como no se acordaba del camino. Elegguá le iba saliendo por el camino vestido de varias maneras y se lo fue indicando, hasta que llegó al lugar, encontrándose a Orula, sacandolo del lugar, pero como Orula no sabía trabajar Changgó se subió al arbol y arrancando una tabla le hizo un tablero y le dijo: con esto tu trabajarás y serás adivino. Haciendo Orula su primer registro, que fue a su propio padre rindiendole MAFORIBALE y resolviendo la situación con lo que le había mandado hacer.
Cuando Obatalá hizo lo que Orula le había indicado, su memoria estaba por completo restablecida, entonces quizo que Changgó reconociera a su madre y de allí para que la tuviese presente, le vistió de blanco y puso,(hasta hoy en día,se viste Changgó,) para que de esta manera se acuerde del pacto de él con su mamá, esto es: su collar blanco y puso.
Llembo se vestía de blanco en un Yemayá en el camino de Obatalá toda su vestimenta son de color blanco.



Oyá y Ochún son buenas hermanas


Oyá y Ochún son buenas hermanas

En una época muy remota, vivían en una tribu tres hermanas: Yemayá, Ochún y Oyá, quienes, aunque muy pobres, eran felices. La mayor, Yemayá, se adentraba en el mar y pescaba para sostener a las otras dos hermanas; como Ochún cuidaba de la más pequeña, iba al río, cogía peces y piedras y los vendía. Las tres hermanas se adoraban y vivían una para otra. Un buen día, enemigos de la tribu invadieron su territorio y arrasaron con todo. Como Ochún acostumbraba a amarrar a Oyá para que no se perdiese o hiciera alguna travesura mientras ella nadaba y se sumergía en el río, no sintió los gritos de Oyá, ni tampoco Yemayá, quien estaba muy lejos, en la costa. Así, los enemigos se llevaron a Oyá como rehén.
Las dos hermanas se impresionaron tanto con la captura de la pequeña que Ochún, enferma de melancolía se consumió lentamente. Pero había logrado conocer cuánto le costaría liberar a su hermana Oyá, y fue guardando poco a poco monedas de cobre. Por fin llegó el momento de cerrar la transacción de rescate con el jefe de la tribu enemiga.
Este, quien sabía que Ochún era muy pobre, aceptó el dinero, pero le dijo que duplicaba el precio de la niña. Ochún cayó de rodillas, suplicó y lloró, pero el jefe, perdidamente enamorado de ella, le pidió su virginidad a cambio de la libertad de su hermana.
Por el amor que profesaba a Oyá, Ochún accedió. Ya ambas, de regreso a la casa, le contaron todo a Yemayá, y ella, en reconocimiento al gesto generoso de Ochún y para que Oyá nunca olvidara el sacrificio de su hermana, adornó la cabeza y los brazos de la pequeña con monedas de cobre.
Mientras Oyá estaba cautiva, Olofi había repartido los bienes terrenales entre los habitantes de su tribu: a Yemayá la hizo dueña absoluta de los mares; a Ochún, de los ríos; a Oggún, de los metales, y así sucesivamente. Pero como Oyá no estaba presente, no le tocó nada. Ochún imploró a su padre que no la omitiera de su representación terrenal. Olofin, que quedó pensativo al percatarse de la justeza de la petición, recordó que sólo quedaba un lugar sin dueño: el cementerio. Oyá aceptó gustosa, y así se convirtió en ama y señora del camposanto.
Por eso, Oyá tiene herramientas de cobre para mostrar su eterno agradecimiento al sacrificio de Ochún, come a la orilla del río, como recuerdo de su niñez. Foribale Ochún, Foribale Yemayá, Foribale Oyá.



El nacimiento del mundo —según la cosmología lucumí.


El nacimiento del mundo —según la cosmología lucumí.

El Dios Todopoderoso, Olofin, se paseaba por el espacio infinito donde sólo había fuego, llamas y vapor que, prácticamente por su densidad, no lo dejaban caminar; pero así él lo quería. Aburrido de no tener a nadie con quien hablar y pelear, decidió que era el momento de embellecer ese panorama tan tenebroso y hostil y descargó su fuerza de tal forma que el agua cayó y cayó. Pero hubo partes que lucharon contra éste y quedaron formados grandes huecos en rocas. Se formó el océano, vasto y misterioso donde reside Olokun, deidad que nadie puede ver, ni la mente humana puede imaginar sus formas. En los lugares más accesibles brotó Yemayá con sus algas, estrellas marinas, corales y pececitos de colores, coronada por Ochumare, el arco iris, y vibrando sus colores azul y plata. La declaró Madre Universal, Madre de los Orichas, y de su vientre salieron las estrellas y la luna siendo éste el segundo paso de la creación. Oloddumare, Obbatalá, Olofin y Yemayá, decidieron que el fuego, que por algunos lados se había extinguido y por otros estaba en su apogeo, fuera absorbido por las entrañas de la tierra en el temido y muy venerado Aggayu Sola, como representación del volcán y los misterios profundos.
Mientras se apagaba el fuego, las cenizas se esparcieron por todos lados, se formó la tierra representada por Oricha-Oko quien la fortaleció amparando las cosechas fértiles, los árboles, los frutos y las hierbas. Entre ellas y por los bosques deambulaba Ozaín y su sabiduría ancestral de los valores médicos de palos y hierbas. En los lugares en los cuales se pudrió la ceniza, nacieron las ciénagas y de sus aguas estancadas brotaron las epidemias representadas por Babalu Ayé, Sakpana o Chakpana. Yemayá, la sabia y generosa Madre de todos y de todo, decidió darle venas a la tierra y creó los ríos de agua dulce y potable, para que cuando Olofin quisiera, creara el ser humano. De allí surgió Ochún, la dueña de los ríos, de la fertilidad y de la sexualidad; las dos se unieron en un abrazo legando al mundo su incalculable riqueza. Obbatalá, heredero de las órdenes dadas por Olofin, cuando éste decidió apartarse y vivir en lontananza, detrás de Orun, el sol, creó el ser humano y aquí fue el acabose. Obbatalá tan puro, blanco y limpio, comenzó a sufrir los desmanes de los hombres: los niños se limpiaban en él y el humo de los hornos lo ensuciaba. Como él era todo, le arrancaban las tiras pensando que era hierba y los viejos, que no veían, se secaban sus manos en él. Obstinado por toda la suciedad se elevó a vivir entre las nubes y el azul celeste, y desde allá observó el comportamiento del ser humano, dándose cuenta que el mundo se poblaba y poblaba, pues no existía Ikú, la muerte. Se puso a meditar al respecto y decidió crearla como a los demás orishas, pero ésta era muy exigente, ya que Olofin le había dicho que sólo podría disponer del ser humano cuando él lo decidiera. Ikú se fue a quejar a Olofin cuando éste se estaba dando un banquete con una adié (iba vestido de gris) y al acercársela para hablarle se manchó su ropa con sangre (Ofún Meyi). Se puso tan, pero tan bravo, que la ropa se le volvió negra y entonces Olofin le dijo: "¿Tu no querías ser distinto a los demás orishas? Pues a partir de hoy, te vestirás y escribirás en negro y todo lo que alrededor tengas, será negro".
To Ibán Echu.




El Regalo a Changó de Obatalá


El Regalo a Changó de Obatalá

Después que Changó derroto a Oggún, el volvió a su vida despreocupada de mujeres y fiestas. Oggún fue de nuevo a su fragua y a su trabajo. Los dos se evitaron encontrar siempre que fue posible, pero cuando se veían se oía un trueno en el cielo y relámpagos. Después de oír hablar de la pelea entre los dos hermanos, Obatalá convocó a Changó.
"Omo-milla," dijo Obatalá a Changó, "tu pelea con tu hermano me trae mucha tristeza. Tú debes aprender a controlar tu temperamento."
"Es su culpa," dijo Changó, "el ha ofendido no solamente a mi madre, pero fue detrás de Oyá y intento interponerse entre Ochún y yo."
"Mi hijo, el nunca debió ofender a tu madre," dijo Obatalá, "pero él no es solo el culpable. Oyá era su esposa y Ochún le tentó. Por ofender a su madre se ha condenando a trabajar duro por el resto de su vida. Eso es un castigo grave. Tu no eres totalmente inocente; tu tomaste su esposa y a su amante. Entonces tu robaste su espada y su color."
"El mato a mi perro. Ahora él puede decir que los perros son de él," Changó le dijo a Obatalá.
"Entiendo tu resentimiento," dijo Obatalá, "pero entiende que la energía incontrolada puede ser muy destructiva. Tu energía es grande, pero tú necesitas la dirección. Por eso te estoy dando este regalo."
Obatalá sacó el collar de las cuentas blancas que el uso siempre y quito uno de las cuentas y se la dio a Changó.
"Usa esta cuenta blanca, como un símbolo de la paz y la sabiduría, con las cuentas rojas de tu collar. Te doy a ti el poder de controlar tu energía sabiamente. Tu puntería será justicia y no venganza. Nadie ni nada te superara nunca."
A partir de ese momento Changó usó su collar de cuentas royas y blancas y ha sido el Orisha de la justicia.
En este pataki nos hace referencia que no se puede vivir con rencor y odio lo que ocasiona venganza

ERDIBRE, EL COCINERO DE OBBATALÁ


ERDIBRE, EL COCINERO DE OBBATALÁ

Erdibre era el cocinero de Obatalá. Como era muy inteligente, no sólo hacía su trabajo más rápido que el resto de los sirvientes de la casa, si no que también era capaz de preparar un plato exquisito con cualquier ingrediente que tuviera a mano.
El resto de la servidumbre lo envidiaba. Por ello se pusieron a difamarlo constantemente: “Este nunca trabaja; parece que en la cocina no hay nada que hacer”, decían a diario.
Los comentarios malintencionados de sus compañeros llegaron a oídos de Obatalá quien, dándole crédito a tanta calumnia, tomó la decisión de echar al eficiente cocinero de su casa.
Sin empleo y pasando vicisitudes de todo tipo, Erdibre andaba deambulando por las calles, hasta que se tropezó con Orula.
El sabio le aconsejó que se bañara, se afeitara y anduviera vestido de limpio con una jaba en la mano por todo el pueblo. Que fuera al mercado y preguntara el precio de las mercaderías, aunque no comprara ninguna. En fin, que se comportara como si estuviera haciendo algo, como si hubiera conseguido otro empleo.
Al día siguiente, Erdibre apareció en el mercado con su jaba en la mano muy diligente. En los días sucesivos lo vieron por aquí y por allá, siempre apurado y bien vestido.
Como los seres humanos son tan chismosos, no faltó alguno que le contara a Obatalá qué era de la vida de su antiguo cocinero.
Fue tanta la curiosidad que le entró a Obatalá que comenzó a recapacitar sobre los servicios que le prestó aquel hombre cuando trabajaba en su casa.
Al fin, convencido de que nunca tendría un cocinero con tantas virtudes, lo llamó y le dijo:
–Mira, yo sé que no te falta trabajo, pero necesito mucho tus servicios, estoy dispuesto a pagarte el doble si accedes a volver a mi casa.

Así Erdibre venció a sus enemigos.

HISTORIA DE OBATALA LA AVARICIA


HISTORIA DE OBATALA

Obatalá ordenó a tres esclavos suyos llamados Aruma, Addina-Addima y Achama, que fueran a cortar guano (Mariwo), para hacerse una casa. Addina-Addina tuvo la preocupación de hacerse ebbó, antes de internarse en el monte, pero Orula le pidió, para verificarlo, el machete que llevaba (que no era suyo, sino de Obatalá). Cuando se reunió con Aruma y Achama y estos lo vieron sin el machete se rieron de él, le dijeron que cortase el guano con los dientes y le dejaran solo.
Addina-Addima, dispuesto a no cortar las pencas con los dientes, pero si a arrancarlas con las manos, entró en el monte, buscando las palmeras más bajas. Una ceiba llamó enseguida su atención, allí había un bulto raro que colgaba atado al tronco, Addima-Addima, ayudándose de un palo logró desprenderlo haciéndolo caer. Halló dentro una gran cantidad de plumas de loro. El hallazgo era de una importancia incalculable. (Obatalá en secreto buscaba con gran afan plumas de loro) estas escaseaban desde hacía mucho tiempo y nada podía tener tanto precio a los pies del Orisha , Moderador y Rey del género humano, como aquellas plumas que a la sazón necesitaba urgentemente.
Addima-Addima sabía tejer, tejió inmediatamente de guano cestas y enellas guardó las plumas codiciadas.
No había acabado de amarrar aquel precioso cesto, cuando vió cerca de la ceiba, una AYANAKU (elefante) muerto. Le arrancó los dos colmillos blancos magníficos y los ató con las plumas.
Achama y Aruma, llegaron mucho antes que Addima-Addima al ilé de Obatalá y el Orischanla preguntó por Addima-Addima. Ellos le respondieron: No sabemos, él nos siguió y luego se fue y nos dijo que él le había entregado a Orula su machete. Mi Machete? El machete que le dí para que me sirviese? Tronó Obatalá y llamó a Oggún y le dijo: En cuanto llegue Addima-Addima, que ha perdido mi machete, córtale la cabeza y bebete la sangre de él. Oggún Unle Olé Adá Pkuta. Oggún afiló su machete y se sentó a esperar a Addima-Addima.
Cuando éste llegó lo primero que vió Obatalá fueron las plumas de Loro y los espléndidos enjijin (colmillos) que traía el muchacho muy ufano y Obatalá haciéndole un gesto a Oggún (que iba a ponerse de pie para cumplir su orden) le ordenó que esperara.
Addima-Addima, colocó ante Obatalá las plumas y los marfiles. Obatalá la mandó a buscar un chivo y se lo entregó a Oggún y le dijo: Toma este chivo córtale la cabeza y bebete la sangre y márchate.
En su alegría Obatalá bendijo a Addima-Addima, que había visto lo que él necesitaba. Le cubrió de riquezas y por Ifogué Igó (ciegos y estúpidos castigó a Aruma y Achama).

EL HIJO DE OLOFIN


EL HIJO DE OLOFIN

Olofin se enfermó y se puso muy grave, su hijo que no hallaba modo de curarlo, estaba desesperado. En esa situación lo encontró Eleguá, quien le preguntó el porqué de su tristeza. Cuando supo de la enfermedad de Olofin le dijo que él conocía como curarlo pero quiso saber qué recibiría a cambio. El joven le contestó que lo que deseara.
Eleguá lo envió a la playa donde encontraría una mujer muy gorda sentada en un pilón debajo del cual estaba el secreto que salvaría a Olofin, pero para poder tomarlo tendría que sostener una fuerte lucha con la mujer hasta tumbarla de su asiento.
Corrió el hijo de Olofin a la playa y luego de vencer a la mujer se llevó el secreto con el cual su padre recuperó la salud. Después buscó a Eleguá para cumplir su promesa, el cual sólo le pidió que se le concediera estar siempre detrás de la puerta para que todo el que entrara lo saludara a él primero.
El deseo fue concedido y desde ese día Eleguá vive detrás de la puerta.

LA REALEZA DEL LORO


La realeza del Loro

Se celebraría una fiesta en el cielo a la que estaban invitados todos los animales. Rendirían homenaje a Oloddumare por su gran sabiduría y el modo con que estaba ordenado las cosas en la tierra. Iban las aves con sus mejores galas, los animales del monte con sus perfumes salvajes y músculos siempre alertas. Faltaban los peces y los animales del mar; pero para ellos se estaba preparando otra fiesta en los palacios de Olokun y Yemaya donde los animales y las aves no podrían asistir. Para cada cual había una fiesta en su medio natural.
Comenzó cuando el sol marcó las cuatro de la tarde con la sombra de una palma sobre la sabana. Se sentía la música de los tambores, güiros y campanillas. Mieles por doquier, merengues preparados por Obbatalá y las mejores frutas del huerto de Orishaoko. No se sirvieron carnes para no despertar el recelo de los principales invitados: los animales.
Allá fue el loro con su lujoso plumaje, verde, azul y rojo brillante. Altanero y consciente de su belleza. No en balde Oloddumare lo consideraba el ave de las mejores plumas sobre la tierra, al que mayor tiempo dedicó porque esa noche había sido inspirado por la explosión de estrellas en la noche oscura.
— Míralo, cree que por tener ese color es mejor que nosotros — le decía la guinea a la paloma. Tú, que eres la mensajera de Oloddumare, de Obbatalá y de Ochún, no te pavoneas tanto. Pero ese orgullo durará hasta hoy, no lo soporto un instante más.
— ¿Qué piensas hacer? — dijo con curiosidad a la guinea.
— Nada, espera y verás.
Y desapareció. La paloma se quedó intrigada por las palabras escuchadas; pero creyó que eran solamente celos pasajeros de otra no menos privilegiada; sus plumas eran o tan blancas como para decorar los vestidos de Orishanlá o tan negras como para adornar los sombreros de los guerreros y para preparar las alas de Ozaín que todo lo veía dentro del monte. Cada uno en la tierra tenía su función mágica y no era como para estar codiciando la de los demás. Hasta los más horrendos plumajes servían para algo, sobre todo en temas mágicos.
En verdad, la guinea había ido hasta el monte, donde tenía su nido escondido entre las zarzas y las piedras. Juntó unos palitos, hizo fuego y se puso a preparar un polvo en un calderito de freír. Machacaba, removía, volvía a machacar, le sudaba la frente y se estaba arruinando el maquillaje: No tenía prisa, se comentaba que Oloddumare haría su aparición cuando cayera el sol para iluminar él mismo los salones del palacio con sus ropas y ella tenía tiempo suficiente para preparar su brujería. Machacando y triturando envolvió en unas hojas de yagruma un polvo negro que se metió en el bolsillo.

— ¿Qué te ha pasado guinea? Estás toda sudada, le faltarás el respeto con tu olor a Oloddumare. ¿Dónde estabas metida? — Le dijo la paloma apenas la vio llegar
— Cállate que se acerca el loro.
Y fuff… le sopló un polvazo que lo dejó tambaleándose de una pierna a la otra, mareado y con peligro de caerse. Cuando se pudo recuperar ya era tarde. Su plumaje estaba manchado de negro, marrón y gris, arruinado para siempre. Sólo se entreveía, por debajo de las plumas y en la cola, su antiguo esplendor.
Oloddumare, que ya estaba descendiendo por las escaleras hasta el gran tumulto de cantos, comidas y murmullos pudo precisar que el loro, su preferido, estaba con los brazos cruzados en torno al cuerpo, temblando como si tuviera frío. Con los ojos aguados y soplándose la nariz con un pañuelo tan oscuro como el polvo que cubría su esplendor.
— ¿Por qué llevas esa capa oscura puesta? ¿Estás afiebrado? — se interesó Oloddumare.
— No mi señor, la guinea me ha lanzado un maleficio.
Oloddumare guardó silencio por un instante y observó la guinea que intentaba escapar de sus ojos escrutadores. Sabía que el loro era incapaz de mentir. No podría resolver nada al momento pues no quería arruinar el festejo; pero procedió con su veredicto justiciero.
— Guinea, por dejarte llenar de envidia y haber obrado con el mal te castigaré: nunca se sabrá qué sexo tienes a no ser que se te vea sobre el nido empollando los huevos o con tu rebaño de hijos que te sigue. Desde ahora no tendrás identidad.
Después del veredicto Oloddumare olvidó lo ocurrido y no pensó en el antídoto para librar a su preferido del hechizo; tuvo que lavarse como pudo; pero por más que se frotó con estropajo y jabón, un tenue color ceniciento le quedó debajo de las plumas para toda la vida.
Ochún, que había visto lo sucedido, recogió enseguida al pavo real debajo de sus faldas; si le ocurría algo similar a su animal favorito no respondería de sus actos, comenzaría por volver agrios los dulces de la fiesta.
La guinea se quedó nerviosa y asustadiza. Desde entonces se esconde en el monte y alza el vuelo apenas alguien se acerca, teme otro castigo de Oloddumare.

PATAKI DE LA MESTRUACION


La menstruación

Odé era cazador y vivía con su mujer.
Cuando cazaba algún animal, lo ponía al pie de un árbol para que Olofin tomara de su sangre. Su mujer se dio cuenta que los animales llegaban a casa sin sangre y le peguntó a su marido el porqué. Odé evadió el argumento y ella no quiso insistir.
Días más tarde, la mujer cogió el saco donde Odé metía los animales y le echó cenizas, le abrió un hueco y Odé se fue a cazar dejando el rastro que ella siguió. Estaba ansiosa por descubrir qué hacía su marido con aquellos animales.
Cuando Odé llegó donde acostumbraba hacer las ofertas, Olofin le preguntó con quién había ido. Odé contestó que con nadie. Olofin le dijo que entonces quién era esa mujer escondida detrás de los árboles. Odé contestó que no podía distinguirla. Olofin dijo: “oiga curiosa, si sangre quieres ver sangre tendrás para siempre”.
Así nació la menstruación de las mujeres. La curiosidad trae a veces consecuencias graves

Cómo el cangrejo se quedó sin cabeza


Cómo el cangrejo se quedó sin cabeza

Los animales y los hombres andaban sin rumbo cierto por los caminos del mundo recién creado, cometían actos inciertos sin conocer sus posibles consecuencias. Chocaban unos con otros, se hacían heridas por accidente sin importarles si fluía la sangre sobre la piel, a fin de cuentas tampoco morían; no se amaban, ni se odiaban, ni elegían jefes, ni bailaban, ni hacían música.
No sabían pensar.
Alguien miraba y miraba todo cuanto ocurría a su alrededor, un animal pequeñito que tenía su casa cerca del mar y veía a los orishas, los hijos de Oloddumare, que actuaban de un modo distinto. Los veía en casa de Yemaya, la diosa que se zambullía en el agua y se confundía en ella, y salía más resplandeciente, la negra coqueta que tenía a los hombres y orishas seducidos con sus encantos.
Él miraba cómo hacían barcas, casas, tocaban los tambores y festejaban en tormentoso revuelo, ¿qué extraño? Eran cosas que le llamaban la atención. Los comparaba vagamente con las otras criaturas que no se maquillaban ni bailaban ni construían casas ni barcas. Pensó que era tal vez algo normal, que ellos eran criaturas diferentes.
A fuerza de mirar y comparar, sin darse cuenta comenzó a hacer funcionar algo le decía si las cosas eran justas o no, hasta que un día no pudo contener sus conjeturas y fue hasta las puertas de Oloddumare a preguntarle su opinión sobre estas diferencias.
Oloddumare le dijo que no era casual esa diversidad que veía, había sido un error de su obra y que Obbatalá mucho antes se lo había insinuado. Estaba terminando de crear las cabezas, no sólo para los hombres, que parecían unos inútiles enajenados, sino también para los animales. Para ellos había hecho unas con menos capacidad intelectiva para que no se provocaran guerras de especie en la tierra y aunque él no comprendiera lo que le estaba diciendo le aseguraba que ésta sería una de las malas consecuencias de otorgar una cabeza a cada hombre.
Comenzará la repartición para hombres, mujeres y animales en unos minutos — dijo al cangrejo — Obbatalá está ultimándolas. Puedes esperar la tuya aquí mismo, si lo deseas.
Pero el cangrejo que no contenía su contentura pensó que sería bueno ir a contar a los habitantes del mundo que pronto podrían pensar y, lo que es mejor, construir barcas, casas, música y danzas. Pensó en el alboroto que se armaría en el monte si los animales hicieran una fiesta como las que hacían los orishas en casa de Yemaya.
Rápidamente corrió al monte y a las aldeas para llevar la noticia, pensó que Obbatalá demoraría unos instantes más; mientras él se ocupaba de decirlo a los demás, así sería más cercana la primera fiesta. Allá fue, dejando atrás el palacio. Dio la noticia al arriero, al colibrí, al majá y al caballo que de tanta velocidad y correr sin sentido se rompía las patas cada tres instantes, a la tortuga que parecía una desorientada piedra andante. Todo aquel que se supo lo que decía el cangrejo se desprendió en loca carrera hasta el plació de Oloddumare a buscar su cabeza. Se les veía acomodándoselas en el mejor modo posible, sobre los hombros o donde les encajara porque no todos tenían hombros y cuello como pensó Obbatalá y por eso vemos algunas criaturas que llevan cabezas que parecen inarmónicas con el resto del cuerpo.
Era casi la media noche y el cangrejo había avisado todos los de su lista de conocidos. Retomó el camino hasta el palacio mágico. Llegó cuando era demasiado tarde, las puertas estaban cerradas. Las velas que iluminaban desde los muros del palacio comenzaban a ser amarillentas, para iluminar mejor en al oscuridad.
Tocó a la puerta y no recibió ninguna contesta; lo hizo por segunda vez, nadie le respondió. Tocó una tercera vez y no tuvo otro remedio que quedarse a dormir delante de las puertas, bajo los efectos de la música pobre de ritmo que provenía del bosque donde la estaban inventando los hombres con sus nuevas cabezas y las luces de velas amarillas.
Lo despertó el crujido de la madera y el chillido de los llavines sin grasa de la puerta. Había pasado mucho tiempo. Amanecía. Casualmente, era Oloddumare.
— Pero, ¿qué haces aquí cangrejo? ¿Por qué no llevas una cabeza como los demás?
— Es que… — y miraba dacha sus paticas con embarazo — me quedé sin una.
— No es posible, había para todos, ¿dónde estabas metido? Fuiste el primero en llegar.
— No pude contener el júbilo y corrí con la noticia a todo pulmón por los bosques para que vinieran lo antes posible.
— Esto lo sé, cangrejo; pero quería saber qué me responderías. Ve hasta aquel cuartito, allí las repartieron. Tal vez quede alguna.
Al poco rato se veía al cangrejo decepcionado y lastimero, nada había encontrado. Oloddumare, al verlo desconsolado, le dijo que no pensara en su mala suerte porque si pensaba un poquito, se daría cuenta que él había pensado ante que los otras criaturas, y sin cabeza. Ésa era una buena cualidad. Con sus poquitas neuronas espirituales había hecho lo que ninguno de sus hijos, todos divinos, había osado siquiera pensar. Excluyendo a Obbatalá que era sabio de nacimiento.
El cangrejo se quedó sin cabeza. Desde entonces ha intentado desarrollar su intelecto y, aunque disfruta de la música y sale de su cueva cada atardecer a despedirse del sol, no logra caminar bien, se desplaza hacia los lados y tiene los ojos muy cerca de donde tiene la boca.

Cangrejo se quedó sin cabeza

En una época en que las gentes y animales andaban sin cabeza, Cangrejo fue a la casa de Olofin a pedir cabeza para todo el mundo y así tener con qué pensar. Olofin le contestó que ya él le avisaría el día en que se decidiera a repartir cabezas para todo el que la necesitara.
Cangrejo salió por la noche a avisarles a todos que había conseguido de Olofin repartir las cabezas. En esta tarea le sorprendió el día muy distante de la casa de Olofin, y a medida que iban llegando la gente y los animales, les iban poniendo su cabeza; pero Cangrejo llegó tarde y no fue posible que le pusieran su cabeza, pues ya se habían acabado.
A pesar de que Cangrejo fue el primero que supo del reparto de cabezas, no alcanzó y ese fue su castigo por no atender sus asuntos.
Este pataki nos enseña que primero están nuestra necesidades ante que las de los demás



El Regalo a Changó de Obatalá


El Regalo a Changó de Obatalá

Después que Changó derroto a Oggún, el volvió a su vida despreocupada de mujeres y fiestas. Oggún fue de nuevo a su fragua y a su trabajo. Los dos se evitaron encontrar siempre que fue posible, pero cuando se veían se oía un trueno en el cielo y relámpagos. Después de oír hablar de la pelea entre los dos hermanos, Obatalá convocó a Changó. 
"Omo-milla," dijo Obatalá a Changó, "tu pelea con tu hermano me trae mucha tristeza. Tú debes aprender a controlar tu temperamento." 
"Es su culpa," dijo Changó, "el ha ofendido no solamente a mi madre, pero fue detrás de Oyá y intento interponerse entre Ochún y yo." 
"Mi hijo, el nunca debió ofender a tu madre," dijo Obatalá, "pero él no es solo el culpable. Oyá era su esposa y Ochún le tentó. Por ofender a su madre se ha condenando a trabajar duro por el resto de su vida. Eso es un castigo grave. Tu no eres totalmente inocente; tu tomaste su esposa y a su amante. Entonces tu robaste su espada y su color." 
"El mato a mi perro. Ahora él puede decir que los perros son de él," Changó le dijo a Obatalá. 
"Entiendo tu resentimiento," dijo Obatalá, "pero entiende que la energía incontrolada puede ser muy destructiva. Tu energía es grande, pero tú necesitas la dirección. Por eso te estoy dando este regalo." 
Obatalá sacó el collar de las cuentas blancas que el uso siempre y quito uno de las cuentas y se la dio a Changó. 
"Usa esta cuenta blanca, como un símbolo de la paz y la sabiduría, con las cuentas rojas de tu collar. Te doy a ti el poder de controlar tu energía sabiamente. Tu puntería será justicia y no venganza. Nadie ni nada te superara nunca." 
A partir de ese momento Changó usó su collar de cuentas royas y blancas y ha sido el Orisha de la justicia. 
En este pataki nos hace referencia que no se puede vivir con rencor y odio lo que ocasiona venganza

Olofin y los viejos


Olofin y los viejos

Olofin les regaló a los viejos unos caballos para que hicieran crías y le entregaran una parte, pero no les dio yeguas. Los viejos, sin fijarse, aceptaron el negocio.
Cuando Olofin los llamó por que no le daban las crías según lo pactado, salieron llorando, ya que por causa de sus errores podían perder la cabeza. Un joven que se enteró de lo que pasaba, fue a casa de Olofin y le dijo que había visto un caballo parido, a lo que este le contestó que los caballos no podían parir. Entonces el muchacho le dijo que si los caballos no podían parir, ¿cómo el quería que los caballos que le había dado a los viejos hicieran crías?
–Eso lo hice para que no confiaran en nadie cuando fueran a hacer un negocio y siempre se fijaran si había trampa.