sábado, 23 de febrero de 2013

El nacimiento del mundo —según la cosmología lucumí.


El nacimiento del mundo —según la cosmología lucumí.

El Dios Todopoderoso, Olofin, se paseaba por el espacio infinito donde sólo había fuego, llamas y vapor que, prácticamente por su densidad, no lo dejaban caminar; pero así él lo quería. Aburrido de no tener a nadie con quien hablar y pelear, decidió que era el momento de embellecer ese panorama tan tenebroso y hostil y descargó su fuerza de tal forma que el agua cayó y cayó. Pero hubo partes que lucharon contra éste y quedaron formados grandes huecos en rocas. Se formó el océano, vasto y misterioso donde reside Olokun, deidad que nadie puede ver, ni la mente humana puede imaginar sus formas. En los lugares más accesibles brotó Yemayá con sus algas, estrellas marinas, corales y pececitos de colores, coronada por Ochumare, el arco iris, y vibrando sus colores azul y plata. La declaró Madre Universal, Madre de los Orichas, y de su vientre salieron las estrellas y la luna siendo éste el segundo paso de la creación. Oloddumare, Obbatalá, Olofin y Yemayá, decidieron que el fuego, que por algunos lados se había extinguido y por otros estaba en su apogeo, fuera absorbido por las entrañas de la tierra en el temido y muy venerado Aggayu Sola, como representación del volcán y los misterios profundos.
Mientras se apagaba el fuego, las cenizas se esparcieron por todos lados, se formó la tierra representada por Oricha-Oko quien la fortaleció amparando las cosechas fértiles, los árboles, los frutos y las hierbas. Entre ellas y por los bosques deambulaba Ozaín y su sabiduría ancestral de los valores médicos de palos y hierbas. En los lugares en los cuales se pudrió la ceniza, nacieron las ciénagas y de sus aguas estancadas brotaron las epidemias representadas por Babalu Ayé, Sakpana o Chakpana. Yemayá, la sabia y generosa Madre de todos y de todo, decidió darle venas a la tierra y creó los ríos de agua dulce y potable, para que cuando Olofin quisiera, creara el ser humano. De allí surgió Ochún, la dueña de los ríos, de la fertilidad y de la sexualidad; las dos se unieron en un abrazo legando al mundo su incalculable riqueza. Obbatalá, heredero de las órdenes dadas por Olofin, cuando éste decidió apartarse y vivir en lontananza, detrás de Orun, el sol, creó el ser humano y aquí fue el acabose. Obbatalá tan puro, blanco y limpio, comenzó a sufrir los desmanes de los hombres: los niños se limpiaban en él y el humo de los hornos lo ensuciaba. Como él era todo, le arrancaban las tiras pensando que era hierba y los viejos, que no veían, se secaban sus manos en él. Obstinado por toda la suciedad se elevó a vivir entre las nubes y el azul celeste, y desde allá observó el comportamiento del ser humano, dándose cuenta que el mundo se poblaba y poblaba, pues no existía Ikú, la muerte. Se puso a meditar al respecto y decidió crearla como a los demás orishas, pero ésta era muy exigente, ya que Olofin le había dicho que sólo podría disponer del ser humano cuando él lo decidiera. Ikú se fue a quejar a Olofin cuando éste se estaba dando un banquete con una adié (iba vestido de gris) y al acercársela para hablarle se manchó su ropa con sangre (Ofún Meyi). Se puso tan, pero tan bravo, que la ropa se le volvió negra y entonces Olofin le dijo: "¿Tu no querías ser distinto a los demás orishas? Pues a partir de hoy, te vestirás y escribirás en negro y todo lo que alrededor tengas, será negro".
To Ibán Echu.




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Luis Felipe culular 04120141616