sábado, 23 de febrero de 2013

Cómo el cangrejo se quedó sin cabeza


Cómo el cangrejo se quedó sin cabeza

Los animales y los hombres andaban sin rumbo cierto por los caminos del mundo recién creado, cometían actos inciertos sin conocer sus posibles consecuencias. Chocaban unos con otros, se hacían heridas por accidente sin importarles si fluía la sangre sobre la piel, a fin de cuentas tampoco morían; no se amaban, ni se odiaban, ni elegían jefes, ni bailaban, ni hacían música.
No sabían pensar.
Alguien miraba y miraba todo cuanto ocurría a su alrededor, un animal pequeñito que tenía su casa cerca del mar y veía a los orishas, los hijos de Oloddumare, que actuaban de un modo distinto. Los veía en casa de Yemaya, la diosa que se zambullía en el agua y se confundía en ella, y salía más resplandeciente, la negra coqueta que tenía a los hombres y orishas seducidos con sus encantos.
Él miraba cómo hacían barcas, casas, tocaban los tambores y festejaban en tormentoso revuelo, ¿qué extraño? Eran cosas que le llamaban la atención. Los comparaba vagamente con las otras criaturas que no se maquillaban ni bailaban ni construían casas ni barcas. Pensó que era tal vez algo normal, que ellos eran criaturas diferentes.
A fuerza de mirar y comparar, sin darse cuenta comenzó a hacer funcionar algo le decía si las cosas eran justas o no, hasta que un día no pudo contener sus conjeturas y fue hasta las puertas de Oloddumare a preguntarle su opinión sobre estas diferencias.
Oloddumare le dijo que no era casual esa diversidad que veía, había sido un error de su obra y que Obbatalá mucho antes se lo había insinuado. Estaba terminando de crear las cabezas, no sólo para los hombres, que parecían unos inútiles enajenados, sino también para los animales. Para ellos había hecho unas con menos capacidad intelectiva para que no se provocaran guerras de especie en la tierra y aunque él no comprendiera lo que le estaba diciendo le aseguraba que ésta sería una de las malas consecuencias de otorgar una cabeza a cada hombre.
Comenzará la repartición para hombres, mujeres y animales en unos minutos — dijo al cangrejo — Obbatalá está ultimándolas. Puedes esperar la tuya aquí mismo, si lo deseas.
Pero el cangrejo que no contenía su contentura pensó que sería bueno ir a contar a los habitantes del mundo que pronto podrían pensar y, lo que es mejor, construir barcas, casas, música y danzas. Pensó en el alboroto que se armaría en el monte si los animales hicieran una fiesta como las que hacían los orishas en casa de Yemaya.
Rápidamente corrió al monte y a las aldeas para llevar la noticia, pensó que Obbatalá demoraría unos instantes más; mientras él se ocupaba de decirlo a los demás, así sería más cercana la primera fiesta. Allá fue, dejando atrás el palacio. Dio la noticia al arriero, al colibrí, al majá y al caballo que de tanta velocidad y correr sin sentido se rompía las patas cada tres instantes, a la tortuga que parecía una desorientada piedra andante. Todo aquel que se supo lo que decía el cangrejo se desprendió en loca carrera hasta el plació de Oloddumare a buscar su cabeza. Se les veía acomodándoselas en el mejor modo posible, sobre los hombros o donde les encajara porque no todos tenían hombros y cuello como pensó Obbatalá y por eso vemos algunas criaturas que llevan cabezas que parecen inarmónicas con el resto del cuerpo.
Era casi la media noche y el cangrejo había avisado todos los de su lista de conocidos. Retomó el camino hasta el palacio mágico. Llegó cuando era demasiado tarde, las puertas estaban cerradas. Las velas que iluminaban desde los muros del palacio comenzaban a ser amarillentas, para iluminar mejor en al oscuridad.
Tocó a la puerta y no recibió ninguna contesta; lo hizo por segunda vez, nadie le respondió. Tocó una tercera vez y no tuvo otro remedio que quedarse a dormir delante de las puertas, bajo los efectos de la música pobre de ritmo que provenía del bosque donde la estaban inventando los hombres con sus nuevas cabezas y las luces de velas amarillas.
Lo despertó el crujido de la madera y el chillido de los llavines sin grasa de la puerta. Había pasado mucho tiempo. Amanecía. Casualmente, era Oloddumare.
— Pero, ¿qué haces aquí cangrejo? ¿Por qué no llevas una cabeza como los demás?
— Es que… — y miraba dacha sus paticas con embarazo — me quedé sin una.
— No es posible, había para todos, ¿dónde estabas metido? Fuiste el primero en llegar.
— No pude contener el júbilo y corrí con la noticia a todo pulmón por los bosques para que vinieran lo antes posible.
— Esto lo sé, cangrejo; pero quería saber qué me responderías. Ve hasta aquel cuartito, allí las repartieron. Tal vez quede alguna.
Al poco rato se veía al cangrejo decepcionado y lastimero, nada había encontrado. Oloddumare, al verlo desconsolado, le dijo que no pensara en su mala suerte porque si pensaba un poquito, se daría cuenta que él había pensado ante que los otras criaturas, y sin cabeza. Ésa era una buena cualidad. Con sus poquitas neuronas espirituales había hecho lo que ninguno de sus hijos, todos divinos, había osado siquiera pensar. Excluyendo a Obbatalá que era sabio de nacimiento.
El cangrejo se quedó sin cabeza. Desde entonces ha intentado desarrollar su intelecto y, aunque disfruta de la música y sale de su cueva cada atardecer a despedirse del sol, no logra caminar bien, se desplaza hacia los lados y tiene los ojos muy cerca de donde tiene la boca.

Cangrejo se quedó sin cabeza

En una época en que las gentes y animales andaban sin cabeza, Cangrejo fue a la casa de Olofin a pedir cabeza para todo el mundo y así tener con qué pensar. Olofin le contestó que ya él le avisaría el día en que se decidiera a repartir cabezas para todo el que la necesitara.
Cangrejo salió por la noche a avisarles a todos que había conseguido de Olofin repartir las cabezas. En esta tarea le sorprendió el día muy distante de la casa de Olofin, y a medida que iban llegando la gente y los animales, les iban poniendo su cabeza; pero Cangrejo llegó tarde y no fue posible que le pusieran su cabeza, pues ya se habían acabado.
A pesar de que Cangrejo fue el primero que supo del reparto de cabezas, no alcanzó y ese fue su castigo por no atender sus asuntos.
Este pataki nos enseña que primero están nuestra necesidades ante que las de los demás



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Luis Felipe culular 04120141616